6.1.06

9. La incertidumbre

En esta mansión de las transformaciones se escucharon noticias inquietantes del río y la montaña.

Se habla de una masa gigantesca que eleva al firmamento sus flancos de piedra y tierra.

Es más grande que esta líquida patria, y una jornada de sol y de sombra no basta para recorrerla.

Qué desmesurada eres, pequeña madre. ¿Cómo pudiste hacer esa enormidad con tus manitas de alondra?

Dicen que el río es un cauce de aguas azules y espuma blanca y que en él se dejan pulir los guijarros conmovidos.

Está rodeado de amplias galerías selvosas de cuya orilla los árboles tiran raíces para aferrarse al pez esquivo de la vida.

¿Piensas que padeceré de tanta sed que llegará un día en que agote el rito sagrado de beber?

Pequeña madre de sueños ciclópeos, ¿de dónde te vino la idea de hacer la planta bruja del muérdago?

Dicen que en verano el ocaso alcanza el tono bermellón del cinabrio. ¿Cómo tolerarán mis ojos tanta hermosura?

Bastaría, una mañana, descubrir una mantis religiosa prendida al tallo de una hoja para saber que nada te satisface.

Han dicho que de fuego y oscuridad hiciste al tigre, el más bello rostro de la muerte. ¿Podré tocarlo con mi mano?

¿Dejaste en los campos la genista para que a cada paso me encontrara con la amistad amarilla de tus ojos?

Oigo historias de infinidad de piedras, de cúmulos nubosos, que no conocen oficio ni final.

Más voraz que la memoria es el olvido incesante de tu propia creación, madre.

Y creas sin propósito y eres todas las cosas en distancia e indiferencia.

«Hágase la luz» dijiste un día como sólo puede decir una divinidad que es macho y hembra a un tiempo.

De saber que todo hiciste con palabras se entiende que no hablabas en serio. Pero se habla del cielo.

Se dice que en el cielo hay estrellas que porfiadas se alejan unas de otras en manadas de galaxias.

Y entre el cielo y la tierra crece la hierba, vuela el vencejo, salta el sapo y un caballo muere de muermo.

Aturde tu poder, madre. El movimiento es tu ley y la separación tu estado de gracia.

Desamparada viaja la luz como un potro salvaje, su corazón siempre a punto de estallido. ¿A dónde iremos a parar?

¿Cómo puedo aspirar a la perfección, pequeña madre, si tú no tienes sentido de medida?