13.1.06

2. El signo

I

La espiral infinita del deseo. Un susurro apenas agitado en los odres milenarios del sueño.

La sed encuentra su cauce y llama desde un ardiente río subterráneo.

Urgidas voces claman sus cifras impolutas a las abstinencias del día.

Voces que suben desnudas a la romana de la sombra y son livianas en su resplandor.


II

A los lagares de la madrugada se ofrecen dilatadas fibras de una leyenda musitada en ojos de mujer.

Existe un pájaro llamado silencio y será sacrificado en el calor nocturno de esas pupilas.

(Para honrar la limpieza de la ceremonia, la metáfora y los metales se dejan en el quicio de la puerta.)

La noche cierra el círculo de sus sauces y guarda en su centro una vasija de cuya entraña nace la luz.


III

La mañana deja a la tierra un paso antes de su brocal. Así el aire dilapida sus esporas y da amparo al tiempo.

El sol en su pozo va por delante como una trompeta de triunfo que despierta a las bestias y sacude las hierbas.

Mira esos cadáveres ofrecidos a la plegaria del amanecer. Astros en el fango, hermanos borrachos en su carroña.

Cómo se amaron las vísceras desesperadas, ateridas de gusanos y de esa miel sacra que fabrica la reina muerte.

Ahora liban en el sueño. Nada se les hace tarde. No tienen desavenencias con el curso del día.


IV

Un caprichoso sedimento de bestias sienta sus reales en mares ingrávidos. Ya nada será para siempre.

La llama declara sus registros y los pone a fermento: consuélame una raíz, ofíciame un mapa.