17. La canción del mal
Hijo de mujer, de hombre, que estás por nacer: ponte en guardia. Aquí se aprecia un buen combate.
Nosotros somos los señores de la luz, la fiebre enardecida del planeta y los amos de Dios —nuestro almojarife.
Somos multitud. Nada excepcional esperes de nosotros. Como el garrote vil, como el simple látigo, carecemos de artificios.
Irredentos como la verdad, somos el rostro deprecativo o deficitario o violento de la plebe. Somos lo que existe hoy.
De misterio no gozamos. ¿Qué utilidad encontraría una moneda fiduciaria, como la mentira, en rodearse de misterio?
Ah, pero tú tienes un corazón asustadizo e impetuoso como un cervatillo en primavera. Bienvenido seas.
Nosotros obramos título de propiedad sobre ese tierno manantial que canta en tu pecho. Es un derecho a perpetuidad.
Este yo plural y majestuoso que te habla tiene infinidad de miradas y de voces. Somos el rostro del instante.
Tú dispondrás de un repertorio completo. Podrás combinar unas y otras cuanto quieras. Hacer mezclas es prueba de inventiva.
Y ahora apróntate. Rompe ese sello que te retiene y súmate al siglo. Te adelantamos dos regalos.
No contraigas deudas con los hombres ni con el tiempo. Uno y otros perduran de la usura.
No contraigas deudas contigo mismo. No conocerás acreedor más infatigable.
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