1.1.06

14. La requisitoria

Ah, pero tú me has dado un alma, insensata. Mi espíritu no encontrará la paz entre las miasmas de esta obscenidad.

Has hecho fermentar algo nocivo en mí para que mi cuerpo pida perdón y se humille y se arrastre en las sentinas de la culpa.

Me debes tantas explicaciones, obsequiosa. ¿Cómo no tuviste suficiente con los juegos repetitivos de tu desmemoria?

¿Cómo no te conformaste, como hace aquel niño inventor que ve nacer su sol por levante, con ordenar ¡Otra vez, otra vez!?

¿De qué delirio fuiste presa, licenciosa, cuando pusiste en marcha esta exaltación de la materia?

Como en trémula planta, a mi cuerpo injertaste su inubicable némesis, que está y no está en cada uno de mis poros.

Y me llena de su vértigo y me abandona al hastío de su ausencia, como si mi cuerpo fuera arcaduz de noria.

Ah, perversa. De ansias inalcanzables me agobia tu regalo. Pudre en mí sus ideales, me hunde en el infierno de sus utopías.

De esa alma brotará la nostalgia, flecha equívoca que lacera el espacio en busca de los yertos orígenes del tiempo.

De ella brotará la melancolía como una fruta mórbida que hará delicuescer el árbol de mis días.

En ella prenderá la ira. Y sólo en la ira seré uno más entre los dioses, monstruoso e implacable.

Y eso mancillará mi espíritu, gran puta. Mi espíritu, poema de mi carne, extraña excepción de tu lujuria expansiva y sin propósito.

Mi espíritu ofuscado de las miserias de este bien que lo empuja, apremiante, al nefasto reino del absoluto.

A cuestas con este sueño de eternidad, ¿cómo tendré la entereza de decir, ven, muerte, seamos la exacta unidad de la nada?

Un profundo deseo de perder el alma me asiste, de quemar tu paraíso. Si tan sólo fraguaran los huesesillos de mi mollera.