3.1.06

12. La canción de los augurios

I

Reconforta, en esta jornada de crepúsculo, escuchar el corazón de mi mar. Amnios canta y todo aquí marcha a su canción.

El árbol del cielo bordonea en su raíz más grave, el cometa de la miel pulsa la melodía roja y clara de la vida.

Y mi corazón también se apareja al canto de esa voz apacible y recurrente que le han heredado las mareas.

Al amparo de esa música crece mi cuerpo como una diligente playa que las olas abandonan bajo el influjo de la luna.

Amnios se retira llevándose esa música de cráneos pulidos de rodar bajo las mismas olas con las que forma mi costado.

Pronto vendrá la luna azul de las despedidas, y seré yo quien deje a Amnios. Una playa iniciará su oficio de desierto.

Las raíces del cielo me han hecho fuerte y la torre que sostiene a Amnios me ha dotado de huesos. Tengo uñas para defenderme.

II

Más allá de Amnios la tierra canta su lamento de sirena que ha extraviado el rumbo de la penumbra.

Loca, desaforada, la sirena plañe. Quiere volver a Amnios, entrar de nuevo en este jardín donde la luz crece en pétalos.

Grita sus corales agonizantes, el desconsuelo amarillo de sus bestias, percute con garras y metales.

Zumba su enorme bóveda de insectos, crepita de calor intransferible en el hambre de sus parias.

Vibra y revienta como la estriada piel de un tambor donde el frío ceba sus uñas.

Restalla en el coraje sin honor de las máquinas donde fragua el triste consuelo de sus artilugios de consumo y de muerte.

Inútiles dispendios de un viaje imposible, pues aun a ella le está vedado unir el huevo cascado del tiempo.

Depositaria y proveedora del vasto poder de la belleza, encuentra su límite en el angosto canal que conduce a Amnios.

Llave de todas las puertas, una sola ha franqueado sin retorno. Quieran tus pasos llevarte por un sendero digno.