5.1.06

10. Manual del olvido

Hijo mío, deja tu alma a resguardo en los depósitos de los puertos. Que tu espíritu repose en la garúa del amanecer.

Abandona tu casa y ve en busca de ese lugar desde el que la oscuridad te llama.

Sopla de tus uñas todo rastro del presente. Que no sean tu corazón ni tu miedo obstáculos entre este baldío y tu partida.

Apaga cuanto quema. Apaga tu nombre y tu procedencia. Apaga el aroma tutelar de la infancia.

En pequeñas cajas, en frascos, reparte tu lengua, sus palabras, y abandónalas en cualquier esquina. No vuelvas la mirada.

En canales de turbio torrente arroja paisajes, voces, costumbres. No aguardes a que se pierdan en su cauce.

Desnúdate de cara al sol, cierra los ojos y no los abras hasta bien entrada la noche.

Sepárate de ti entonces y de rastrojos y desechos constrúyete un mínimo esqueleto del cual echar mano ante la llama.

Toma una cosa cualquiera y dale el lugar de tu mano. Con ella toma otra y otra y hazte piernas, cabeza, ojos.

No necesitarás más. Evita el capricho de darte un corazón. Es una pieza inútil y te será lastre.

Boca no precisarás. Puedes alimentarte por los poros. Que tu mano perciba el color, los sonidos.

Que tus pies aprendan a conocer el sabor y la textura de la tierra. Desconfía de la brisa, del silencio.

Ni el sol ni las estrellas te darán de su luz a partir de entonces, y así habrán de pasar los años.

Si alguna vez, caminando por un parque, ves a un niño que corre hacia una parvada de palomas.

Si su carrera hace estallar un petardo de alas, y en ti no brilla la alegría ni quema la nostalgia.

Entonces, sábete a salvo de ese animal tormentoso que es la memoria.